Existe en aikido un lema (que no es propiedad única de este arte marcial) que dice: “La verdadera victoria, la victoria sobre uno mismo”. En retrospectiva esta es una de las grandes motivadoras de mi trayectoria marcial personal, aunque no haya sido consciente de ello la mayor parte del tiempo. Esta visión no siempre se ha transmitido en relación al mundo de las artes marciales como una de las “ventajas de la práctica”. Cuando iniciamos a los niños, tenemos la intención de que adquieran ciertas capacidades: Educación y etiqueta, constancia y perseverancia, determinación y valor, fuerza y flexibilidad…
Por esta razón, en mi opinión, absolutamente honesta y que comento sin intención de desdeñar otras visiones que otros pueden tener de estas disciplinas, siempre me ha parecido compleja la relación entre artes marciales y competición. Quizá sea porque personalmente nunca gané (o incluso participé en) una competición importante, o porque muchos de los que lo hicieron siendo muy jóvenes abandonaron el estudio del arte marcial seguros de que ya habían conseguido todo lo que el arte marcial podía proporcionarles. Muchos de ellos han retomado, felizmente, la práctica veinte años después. Sin embargo, han dejado por el camino veinte largos años de posibilidades.
No puedo presumir de conocer el mundo oriental moderno (posiblemente tampoco el antiguo), pero es muy posible que, como occidentales, le hayamos dado un gran valor a la competición y a la victoria sobre otros. Tanto que a veces abandonamos el Camino (que en japonés se traduce como “Do” y en chino como “Dào” o “Tao”) para conseguir la victoria. Grandes maestros como el fundador del Judo («el camino de lo suave»), Jigoro Kano, defendieron la competición como método de aprendizaje, pero también advirtieron de los riesgos de modificar el camino para conseguir una victoria momentánea sobre otra persona.
Las artes marciales tradicionales han enseñado siempre que la victoria no se impone sobre otros, sino sobre sus debilidades y que, para vencer las debilidades de otros, primero hay que reconocerlas y vencerlas en uno mismo. El propio Miyamoto Musashi escribía: “La victoria de hoy es sobre tu yo de ayer, la de mañana será sobre un hombre inferior”. Lo que no es, sino una versión previa del mismo lema en Aikido: La verdadera victoria, la victoria sobre uno mismo. Sin embargo, vivimos en el mundo de la competición y el culto a la victoria sobre otros, o incluso el mundo de la victoria sobre uno mismo en un sentido muy distinto del que nos muestran los caminos más tradicionales. Nunca se ha tratado de conseguir más victorias en torneos, ni de conseguir correr y nadar más distancia en menos tiempo o de hacer más repeticiones de flexiones y abdominales que el día anterior (por mucho que nos tienta y que nos guste la recompensa que esto nos produce; el que lo ha probado sabe de qué hablo).
La victoria sobre otro es una victoria, pero puede considerarse una forma muy baja de victoria.
Una victoria en la que mejoramos una marca o conseguimos un mejor resultado que otro anterior puede ser una forma ligeramente más elevada de victoria.
Pero la victoria más alta es aquella que nos hace cambiar nuestra vida dentro y fuera de un tatami o un lugar de práctica.
Las artes marciales siempre han intentado vencer algunos comportamientos del ego que, sin embargo, fomentamos con cada una de esas otras pequeñas victorias (que siguen siendo tipos distintos de victorias). Nuestras dudas y certezas, miedos y valentías, seguridades e inseguridades, deseos de victoria y aversión a la derrota, de mostrar lo que sabemos o de ocultar lo que desconocemos son aquello que se propone buscar honestamente dentro de cada uno, para poder transformar a través de nuestras actividades. Y puede que ésta sea la verdadera victoria. Aquella que nos cambia y que termina por cambiar un poco el mundo que nos rodea por medio de nuestra propia transformación. Mientras tanto, no hay victoria: Hay conflicto y competición.
En mi experiencia propia, tras muchos años de práctica, las artes marciales (y muchas otras disciplinas) no actúan añadiendo, como esperamos que suceda con los niños cuando se inician en la práctica, sino más bien restando. Restando en el mismo sentido que puliendo. Personalmente me encanta pensar en un bloque de piedra que poco a poco se talla con el martillo y el cincel, o de forma más tradicional y en palabras del fundador del Aikido Morihei Ueshiba: “El hierro está lleno de impurezas que lo debilitan. Mediante el fuego de la forja, se convierte en acero afilado. El ser humano se desarrolla de igual manera”.
Es muy posible que esta sea la vía (Camino-Do-Tao) de las artes marciales: Luchar sin luchar, vencer sin vencer, hacer sin hacer, la espada que no es espada y la mente que no es mente . Esta última se traduce como Mushin No Shin, y es de donde tomamos prestado el nombre para nuestro centro.
Referencias: Caligrafía «Masa katsu a gatsu gatsu hayabi»: «La verdadera victoria, la victoria sobre uno mismo, aquí y ahora» del fundador del Aikido Morihei Ueshiba.